No. No es que me haya
vuelto loca. Sé que no existe el premio Nobel de Biotecnología. Lo que sucede
es que cada vez más a menudo se encuentra la Biotecnología escondida entre los
galardonados. A veces está escondida en forma de Premio Nobel de Química. Otras
veces lo hace tras el título de Fisiología o Medicina.
Debo aclarar una cosa antes de comenzar. En realidad, si nos ajustamos a la definición literal de Biotecnología - una de las muchas que existen - ésta es la tecnología basada en la biología. Tambén se dice que es toda aplicación tecnológica que utilice sistemas biológicos y
organismos vivos o sus derivados para la creación o modificación de
productos o procesos para usos específicos. Así que tal vez, no es de Biotecnología en sí de lo que os voy a hablar hoy. Tal vez se trata más bien de Biología Molecular y Genética, dos ciencias de las que se nutre la Biotecnología, y que, mucho me temo, el mito de Saturno devorando a su hijo ha dado la vuelta y ha sido la hija - la Biotecnología - la que ha terminado embebiendo a sus padres. Pero lo englobaré como Biotecnología por facilitar las definiciones.
Saturno devorando a un hijo, de Francisco de Goya
Volviendo a los premios, el ejemplo más claro de premio "biotecnológico" ha sido, sin ir más lejos, el
último Nobel de Fisiología o Medicina que se entregó a Shinya Yamanaka y
John Gurdon por sus avances en el campo de la reprogramación celular. Mi
intención hoy no es explicar qué hicieron estos dos tipos – grandes – porque ya
otras personas – grandes también – han escrito sobre esto durante la semana
pasada. Puedes leer más información sobre sus investigaciones que les llevaron
a ganar el Nobel aquí, aquí o aquí. De hecho, y aprovechando,
os dejo enlazada una entrevista que hice a Óskar Fernandez-Capetillo,
investigador del CNIO – otro grande – que ya en el 2010 vaticinaba la victoria
de Yamanaka en los Nobel.
Aquí. Por cierto que, en la entrevista,
Fernandez-Capetillo explica también por qué la reprogramación celular genera
una mayor proporción de células tumorales. Aunque del 2010, esta conversación
con Óskar está bastante actualizada.
A la izquierda, Shinya Yamanaka. El científico John Gurdon a la derecha.
Después de tanto inciso,
volvemos al tema que nos ocupa: el de los Nobel de la Biotecnología/Biología Molecular/Genética.
Este año fueron las células madre. [Por cierto que
para aquellos que todavía se líen con las diferencias entre células
totipotentes, pluripotentes, multipotentes o embrionarias, recomiendo este post
de nuestros compañeros de Biotecnoblogos].
Pero son muchos más los
casos en los que ha habido Biotecnología premiada. En 2009 se premió el
descubrimiento de la enzima telomerasa y la protección de los cromosomas por
parte de los telómeros. Si cuesta ver la relación entre Biotecnología y
telómeros, os diré un nombre propio: Dolly. Y es que entre telómeros anduvo el
debate sobre la corta vida de la obra biotecnológica más famosa de la historia:
la oveja Dolly. Los científicos creyeron que su prematura muerte fue debida a que,
cuando se clonaron los genes de la madre, también se clonó la longitud de sus
telómeros, de manera que Dolly, aunque recién nacida, ya era una adulta. Y
murió joven porque era genéticamente vieja.
La oveja Dolly junto a uno de sus creadores.
En 2007, Mario R.
Capecchi, Martin J. Evans i Oliver Smithies fueron premiados por sus
descubrimientos de los principios para introducir modificaciones genéticas
específicas en ratones mediante el uso de células madre. Pese a que el premio
que recibieron fue por Medicina o Fisiología, es evidente que si hablamos de células madre y modificación genética, estamos hablando de Genética y de Biología molecular y, por tanto, a largo plazo es Biotecnología.
En el 1993, se premió el descubrimiento
del método de reacción en cadena de la polimerasa (PCR). Supongo que no hace
falta nombrar lo importante que es la PCR en la vida de los compañeros
biólogos/genetistas/biotecnólogos que se dedican a la investigación.
En 1983, Bárbara McClintock ganó el Nobel de Medicina
o Fisiología por su descubrimiento en el maíz de los elementos genéticos
móviles, también conocidos como transposones.
En
1980, Paul Berg, Walter Gilbert y Frederick Sanger – éste último, por cierto,
ha sido el único en ganar dos Premios
Nobel en el campo de Fisiología o Medicina – fueron premiados por sus estudios
sobre el ADN recombinante. Recombinación. ¿Os suena?
Sí. También tiene mucho que ver con la Biotecnología porque es la base de la
modificación genética.
Ya en 1968 se premio con
el Nobel de Medicina o Fisiología a Robert W. Holley, Har Gobind Khorana y
Marshal W. Nirenberg por su interpretación del código genético y su función en
la síntesis de proteínas. Y seis años antes, en 1962, Max F. Perutz y John C.
Kendrew ganaron el Nobel de Química por su trabajo en las estructuras de
proteínas globulares. Habrá cientos de biotecnólogos agradecidos por ello.
Creo que pararé aquí,
aunque podría seguir durante mucho más. De hecho, ya en 1902 – recordemos que
los Premios Nobel se comenzaron a entregar en 1901 – podríamos encontrar relaciones
biotecnológicas con el premio a Hermann
Emil Fischer por su trabajo en la síntesis de azúcares y purinas. (La relación
sería algo así como Purinas -> Adenina y Guanina -> ADN). Llegados a
este punto yo me pregunto: ¿no merecería un Premio Nobel propio la Biotecnología?
¿O por lo menos la biología?
Y lo más inquietante:
¿Cómo puede ser que haya tantas referencias a la Biología Molecular y a la Genética en el campo de
la Medicina, la Fisiología y la Química? ¿Será que es muy difícil de distinguir
donde acaban unas y dónde empiezan la otras? ¿Será que yo tengo demasiada
imaginación? No. No lo creo. Tal vez sea que la Biotecnología abarca muchas ramas de la ciencia. Será que la Biotecnología ya está por todas
partes.
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